
El Toro Martinez ensaya una tijera después que Messi, saca un centro inexplicable de su inasible manual de variedades y la pelota viaja dócil al ángulo del portero peruano, en el arco del Riachuelo para recibir una ovación que conmueve y nos eyecta de nuestros asientos.
Y otra vez los abrazos, los gestos de gratitud y esa comunión que convierte a un hecho trivial en una eucaristía pagana, en nuestro ritual mejor conservado, aún con el paso del tiempo y con esa necesidad de seguir conquistando nuevos escenarios.
Nos hace bien y es sanador juntarnos para celebrar ese latido común en el que se ha convertido La Scaloneta, tenemos la certeza que ocupamos la misma vereda por un puñado de minutos y esa es nuestra legitima liturgia, después se sabe, nos volvemos a disgregar en el interminable territorio de diversidades y pasiones, pero ese parpadeo tiene una potencia que distingue esta era y promete marcarnos para siempre.
Hay que dejarse llevar por las emociones en noches como esta de La Bombonera, apartar a la mesa de al lado las objeciones y los peros, que suelen bajarnos la libido deslegitimando muchas veces, lo auténtico de nuestro orgullo nacional por lo gratificante de ver a un equipo de fútbol brindarse sin más especulaciones.
Esto que marco no excluye las exigencias para un plantel al que le sobran recursos para ofrecer un rendimiento más eficiente; este año en el que Argentina volvió a quedarse con otra Copa América y liderando las Eliminatorias, su juego no acompañó a ese mérito deportivo, nos quedamos con ganas de analizar otros fundamentos y este aspecto es acaso, el que con resaltador, figura en el anotador de Lionel Scaloni para llevarselo como tarea para las vacaciones de verano.
El próximo año vendrá con severos exámenes en la ventana de marzo, pero con más tiempo para ordenar las prioridades que amplifiquen las renovaciones individuales y delinien los matices de un gran Campeón.