La revista France Football, le volvió a entregar por séptima vez, el Balón de Oro, una halago que recibió Lionel Messi por primera vez en 2009; polémicas aparte, ya que en las ultimas dos temporadas su influencia en el fútbol europeo, no fue la de otros momentos, encontró en la Selección Argentina un inesperado redil, un ansiado cobijo para imponerse de nuevo, en la consideración de los 180 periodistas de todo el mundo, que votan las diferentes menciones y el premio mas deseado por todos los jugadores.
Sus palabras austeras pero precisas en el elegante teatro parisino, aventaban esas discusiones, cuando se encargo de “levantarle la mano a Robert Lewandowsky” y pedir por un acto de desagravio al quedar una vez mas relegado, pese a sus actuaciones descomunales en Bayern Múnich o cuando puso en valor el título conseguido por nuestro combinado nacional en el Maracaná, trofeo al que consideró indispensable para que nuevamente, su nombre se colocara en todas las marquesinas.
Esa actitud noble de gratitud, conlleva valores que lo hacen más grande que dentro de un campo de juego, eso va de suyo; conectar en un latido común a sus compañeros y a la familia, como factores determinantes en su carrera, lo colocan en estado humano, falible y lo proyectan como un buen modelo en el cual reflejarse.
Por eso es el hombre posible, al que cualquiera puede imitar si se lo propone, el otro, el genio alado, el gurrumín de la zurda, la leyenda viviente, ese, es el hombre perfecto….