Las estadísticas reflejan un proceso que invita al asombro: luego de casi 7 años de conducción, Lionel Scaloni cosechó más del 77 % de los puntos en 86 partidos disputados.

Pasa el tiempo y la Selección Argentina se mantiene en lo más alto del trapecio, en un delicado equilibrio entre la solidez colectiva y una dinámica renovación que invita al panegírico.
El fútbol como toda actividad lúdica y colectiva, encierra algunas claves insondables que separan los procesos exitosos de los otros y agotan muchas veces, las más exigentes evaluaciones.
Sin embargo, hay argumentos objetivos que los fundamentan y que les otorgan a esos fenómenos esporádicos, no solo legitimidad sino también, esa idoneidad necesaria para que tales justificaciones no sean complejas de discernir.
El combinado albiceleste ha conseguido dar vuelta una página ciertamente desventurada en términos de resultados en las competencias internacionales, que no tiene muchos antecedentes, diría que ninguno, si se mensuran las de equipos que integran una elite en esa modalidad, en consecuencia, la prevalencia liderando ese rango luego de varios años, ha derrumbado todas las objeciones, incluidas las más sensatas.
Las estadísticas reflejan un proceso que invita al asombro, Lionel Scaloni ha conseguido que su equipo, luego de casi 7 años de conducción, cosechara más del 77 % de los puntos a lo largo de los 86 partidos que bajo su liderazgo jugó el seleccionado argentino, con solo 8 derrotas y un pulso ganador que ya esta entre los más destacados de la historia FIFA.
El entrenador santafesino junto con un equipo técnico a su talle, diseñó una burbuja que hoy garantiza sin traumas aparentes, las transiciones más complejas; con Ángel Di María, el delantero más influyente del ciclo, ya retirado de éste nivel de competencia y Leo Messi, en los bises de su estelaridad, ha comenzado a pergeñar sustituciones basadas en un nuevo perfil de jugadores, surgidos de una disciplina que ha cambiado ostensiblemente, a punto tal que valores como la velocidad y la resistencia, ocupan el centro de la escenas y se han convertido en requisitos esenciales para pertenecer a esta nueva aristocracia del deporte mundial.
En los últimos partidos de Eliminatorias, nos hemos encontrado con versiones mejoradas de aquel equipo que enamoró al mundo y se quedó con todos los títulos posibles; en esa burbuja de la que hablábamos, hay disponibles: convicciones, conceptos, filosofías de trabajo y rangos operativos afincados no solo en la pertenencia, sino también en un modelo casi extinguido socialmente, de rangos y sutiles obediencias.
Claro que todo es más fácil de administrar cuando los resultados transmiten seguridad y confianza, o no sentimos por momentos que Leo Messi ya no es insustituible? ¿Y que sus últimos partidos con la albiceleste, podrían hasta ser testimoniales?
Es verdad, puede ser un placebo o una sensación porosa y hasta injusta, sin embargo, en esa burbuja todo se percibe distinto y sin que se trate de una virtualidad, lo fantástico se esta convirtiendo en una saludable normalidad.